Nada de eso. Pero sí por su extraña manera de gobernar, y por que «sin querer queriendo» ha creado o tolerado tan elevado nivel de proyección de imagen favorable, que ya se acerca peligrosamente a un culto a la personalidad completamente ajeno a la tradición de los alcaldes medellinenses, propio mas bien de un candidato en campaña que de un mandatario en ejercicio.
Tomemos como ejemplo las obras públicas que actualmente se ejecutan en el área municipal. No sé exactamente cuántas son, pero es evidente que no son una ni dos. Desde luego que no es reprochable que se adelanten desarrollos físicos que convienen a la ciudadanía. Pero ¿todos a la vez? Las vías, ordinariamente congestionadas por el intenso tráfico urbano, ya no son suficientes para el exagerado número de vehículos que transitan por ellas, bien sea que corresponden al tránsito normal o bien que hayan sido habilitadas para tratar de suplir las que han sido puestas fuera de servicio. Y el resultado es simplemente caótico: congestión vehicular permanente, accidentes de pasajeros y peatones, ruidos ensordecedores y polvaredas asfixiantes con su secuela de deterioro ambiental y una apariencia física que en algunos sectores hace pensar en un campo de guerra. Así se veía Medellín durante la pasada Feria de las Flores.
Y así hemos llegado a lo que implica el título de este artículo. El alcalde Sergio Fajardo en algunas de sus actitudes de mandatario se proyecta como si fuera uno de los soberanos del antiguo Egipto, tales como Snefru de la IV dinastía, de quien se dice que fue el constructor de la primera pirámide; Keops el de la mayor, o el mismísimo Ramsés el gran conquistador. Y a quien le quepa duda, que vaya al Jardín Botánico «Joaquín Antonio Uribe» y observe detenidamente la remodelación del antiguo orquideorama dispuesta por el ejecutivo municipal y encontrará que le recuerda el interior de una gran pirámide egipcia en versión siglo XXI. Si esta interpretación no le satisface, que se traslade entonces a la avenida Oriental y allí se topará con varias costosas y feísimas pirámides variopintas, que a mi juicio desentonan con la sencilla pero agradable tradición arquitectónica paisa, las mismas que denotan una ostentosa concepción del poder poco menos que faraónica. Por ese camino, nada raro será que el transcurso de este semestre la administración presente al Concejo Municipal proyectos de acuerdo mediante los cuales la quebrada Santa Elena se rebautiza con el nombre de quebrada El Nilo, el parque de Berrío cambia su nombre por el de parque Osiris, la plazuela Nutibara pasa a ser plazoleta Isis y la propia avenida Oriental se convierta, como en la entrada al palacio de Cleopatra en Alejandría, en avenida de las esfinges y de las pequeñas pirámides.