El escándalo generado en los medios de comunicación y en algunos sectores de la opinión pública a partir de las fuertes imágenes publicadas en las redes sociales y en los noticieros televisivos en las que se veía cómo un toro era asesinado en las corralejas del municipio de Turbaco, Bolívar, son una muestra más de la doble moral de la población de nuestro país.
Es increíble escuchar las declaraciones de seguidores de la tauromaquia indignados por la barbarie cometida con el “pobre animalito”, es completamente inconcebible oír constitucionalistas que declaran la violación a la carta magna cuando se agrede un animal mientras que en manos de la máxima Corte de Colombia, la Constitucional, estuvo la prohibición de los “circos romanos” en los que se sacrifican los toros; es completamente absurdo oír las expresiones de dolor de los comentaristas radiales, cuando no hace mucho pusieron en la picota pública al Alcalde de Bogotá, Gustavo Petro por haber prohibido las corridas de toros en esa ciudad.
Y es que no es clara la diferencia entre el acto barbárico acaecido en el municipio de Turbaco y el proceso de tortura al que se somete a los toros en las corridas (ni siquiera para la Ministra de Cultura que en descaradas declaraciones a una cadena radial planteó acabar con las corralejas pero no con la corridas “el debate hay que abrirlo”, dijo). O que alguien me explique si hay alguna diferencia entre acuchillarlo (como sucedió en Turbaco y que vale la pena decir no es un acto propio de las corralejas) y “picarlo” (enterrarle una lanza en el morrillo) o entre pararse sobre el cuerpo sin vida del animal y arrancarle una oreja en señal de victoria.
No, todo espectáculo violento sobre un ser vivo independientemente del estilo, la clase social, el “glamour” o la suntuosidad con que se cometa no puede tener otro nombre que el que es: violencia; y no podrá tener otro resultado que el natural al mismo: la violencia.
Medellín, Bogotá, Manizales, Cali, entre otras, son ciudades en las que se realizan corridas de toros y en todas el patrocinio de las grandes empresas se hace presente sin más escrúpulos que la ganancia, en todas ellas personas de todas clases sociales participan y pretenden con sus vistosos atuendos disfrazar el acto violento, barbárico.
Lo peor de todo es que los defensores de esos actos a los que los adjetivos de la rica lengua española se le quedan cortos, utilizan los humanistas conceptos de cultura, tradición y arte para justificar su perpetuidad.
Vergonzantes es lo que son, hoy censuran sin temor el acto de las corralejas y mañana harán fila en las entradas de las diferentes plazas de toros con sus sombreros ostentosos, sus botas con sangría o algún otro licor oportuno y pasado mañana irán a las iglesias a confesarse por la mentiras que usaron para engañar a sus esposas y esposos, depositarán un billete amarillento en la tómbola del sacristán y repetirán la faena en la próxima temporada.