Su aparición en el escenario político le dio prestancia inmerecida a su rival de turno y puso el debate en un nivel tan alto que los políticos tradicionales fueron incapaces de alcanzarlo.
Lamentable para el país la inesperada muerte del exmagistrado Carlos Gaviria Díaz. Un hombre que logró concitar la admiración y el respeto de todos los colombianos independientemente de su tendencia política y jurídica.
Carlos Gaviria era quizás el único hombre en Colombia, de pronto al lado de Antanas Mockus, que se mostró incorruptible por los diferentes sectores que ostentan el poder y completamente recto en su actuar. Era tal el talante del Maestro que ni siquiera los tentáculos calumniosos del Uribismo intentaron vilipendiarlo.
Cuentan los anecdotarios de los pasillos que cuando el Consejo de Estado le propuso ternarlo como aspirante a la Corte Constitucional, al momento de aceptar dejó en firme su posición de no mover absolutamente ningún tipo de relación para que fuese escogido.
Con la muerte del exmagistrado el país político pierde un interlocutor trasparente, inteligente y sensato, el jurídico pierde un maestro que sentó cátedra con cada una de sus sentencias y la sociedad pierde un apoyo ético, sobretodo en estos momento en los que, la única Institución que generaba confianza, en gran medida gracias a la presidencia que él desarrolló en esa Corte, ha caído en total desprestigio.
La muerte de un liberal, uno de los pocos que hay en el país nos hunde cada vez más en los abismos de la godarria que actualmente nos domina y que parece nunca tener fin.
Que el homenaje que se le rinda en los diferentes espacios por donde trasegó trascienda los discursos formales y se materialicen en el respeto por las minorías y las instituciones que él tanto defendió, que pasen de ser el folclórico discurso veintejuliero a convertirse en actuaciones basadas en derecho sin más argumentos que las esgrimidas por la razón del Estado Social que tanto pregonó.