Al finalizar el ciclo 37 de las negociaciones entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las FARC, los voceros de la mesa anunciaron la creación de una “comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición” una vez firmado el acuerdo final.
La noticia no deja de causar sorpresa en propios y extraños habida cuenta que las negociaciones estaban estancadas y parecía no apuntaban a nada diferente a la terminación de, una vez más, un fallido intento de desarme del grupo guerrillero más antiguo de Latinoamérica.
Lo que no ha sorprendido a nadie son las declaraciones y sus gestantes, de un lado los rostros de los amigos del Gobierno Santos se vieron iluminados por la noticia, por el otro los partidarios del opositor Álvaro Uribe Vélez, encontraron otro caballito de batalla para atacar al otrora mejor amiguis del expresidente.
Una comisión de la verdad, debería poner a temblar a toda Colombia, sin embargo, reconocer que de una u otra manera todos hemos participado de la atroz guerra que se ha librado en el país, bien por la indiferencia, bien por la complacencia ante hechos aterradores, sería un verdadero paso hacia la solución del conflicto.
La pregunta aquí es hasta dónde estamos los colombianos dispuestos a reconocer. Empecemos, los ciudadanos del común, como usted o como yo, somos los principales responsables: hemos elegido con nuestros votos perpetuar el corrupto y vulgar sistema democrático imperante en el país.
En segundo lugar, pero no con menos responsabilidad en el conflicto colombiano, están las familias “prestantes” del país, Santos, Gómez, Lleras, López, entre otras cuantas, han hecho lo humano y lo divino para mantener el statu quo reinante sin ningún tipo de escrúpulos o resquemores morales, éticos o civiles.
A renglón seguido, más al lado que debajo está la dirigencia de Colombia, y aquí no me refiero únicamente a los políticos, que sí, sino y también a los empresarios, curas, líderes gremiales y demás, que han alimentado por más de 200 años la desigualdad, pobreza y rencores que mantienen encendido el conflicto.
En tercer lugar están los combatientes, que más que responsables deben hacer parte de las víctimas y lo digo porque la mayoría de ellos no han tenido otra opción en la vida que empuñar un fusil o vestir un camuflado. Quizás éstos sean los más esperanzados en este proceso, aunque en sus caras se vislumbre el miedo y la incertidumbre a quedar desempleados (como lo han manifestado permanentemente los de uno y otro bando y alimentado miserablemente los opositores del proceso).
La Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la convivencia y la no repetición, es un paso fundamental en el cambio de rumbo de Colombia, pero una vez más vuelve a nosotros, los de a pie, la responsabilidad de exigir que los verdaderos responsables digan lo que tienen que decir y no lo que quieren decir para que no le pongan más minas quiebrapatas a la salida negociada al conflicto.