Que alguien me explique. Tras la masacre de Orlando en una discoteca gay perpetrada por un individuo al que han intentado mostrar como fundamentalista religioso, pero que no es más que un miserable homofóbico, que dejó 50 muertos y 53 heridos, una andanada de mensajes por redes sociales, en especial Twitter, se desató en contra de tres personalidades de la vida pública colombiana que han declarado su condición sexual: La ministra de educación Gina Parody, la senadora Claudia López y la exministra Cecilia Álvarez.
Los trinos, insultantes unos, amenazantes los otros, justifican desde su esencia la masacre por la condición sexual de los habituales visitantes de la discoteca y discriminan a, esas sí valientes, tres mujeres que han sido capaces de declarar sus preferencias sexuales.
Cómo entender una sociedad que justifica la masacre de 49 individuos (el 50 fue el homicida), solamente porque asumen una posición diferente a la convencional. Y digo una sociedad porque, a pesar de que muchas voces se manifestaron solidarias con ellas, fue más el silencio que imperó en el conjunto de la población.
Lo más preocupante de todo es que cuando estas tendencias discriminatorias se hacen públicas, como sucede en el caso de las plagas, es porque al interior de la sociedad la enfermedad está bastante avanzada y, como para preocupar aún más, aparecen instituciones como la iglesia y la procuraduría, que desde sus silencios o sus condenas terminan de agravar el problema.
Nuestra sociedad está enferma. De alguna manera llegamos a pensar que habíamos evolucionado un poco con respeto a los derechos civiles, pero no, la herencia de la época oscurantista de los 8 años del gobierno anterior al de Santos se ha enquistado en lo más profundo del adn colombiano, generando actitudes como la demostrada en las redes sociales.
Hemos sufrido de grandes males, pasamos de una población sitiada por la guerrilla a una que avaló el matrimonio política-paramilitarismo; de una que pasó de la guerra entre colores partidistas a una que compartió el poder entre ellos sin más condición que la impuesta por un infame acuerdo, hemos justificado el asesinato en la pobreza, el hambre, la falta de educación.
En común nuestras guerras internas han tenido la discriminación, bien por raza, por color político, por condición social, etc, y hoy cuando pareciera asomara una luz, y como si de nuestros miles y miles de muertos no hubiéramos aprendido nada, continuamos con un afianzamiento de las fobias que nos llevarán a perpetuar guerras, esta vez la guerra de la intolerancia y el irrespeto por la diferencia.