El servicio público masivo de pasajeros ha sacrificado en todas las latitudes la comodidad por la movilidad y el espacio personal por el hacinamiento. Movilizarse en un bus, en un articulado, en un metro es, así no lo aceptemos un ejercicio en el que renunciamos a nuestra cultura y educación.
Pero independientemente de todo, de lo bueno, lo sagrado y lo divino el transporte masivo de pasajeros es la única salida, por lo menos que se ha intentado en Medellín, para garantizar un mínimo de movilidad en las pesadas y cargadas horas pico.
Los otros intentos de mejorar la movilidad trascienden del vehículo en sí, podría pensarse, por ejemplo, en la posibilidad de acabar las horas pico y distribuir la carga de desplazamientos en el resto del día, eso implicaría una Medellín que se acostara un poco más tarde y que madrugara más o menos.
La Alcaldía de la Ciudad generó el teletrabajo, opción que parece ser dio la oportunidad a un buen número de funcionarios de reducir al máximo su necesidad de desplazamiento, este debería ser un ejemplo a seguir por otras empresas, universidades e incluso colegios, estos últimos que aportan una buena dosis de carga a las horas pico.
Pero volvamos a lo que nos trae a estas líneas. Ya de por sí la congestión en el transporte masivo es bastante, muchos hemos vivido lo que se siente al intentar entrar o salir del metro de Medellín a las 5:30 de la tarde en la Estación San Antonio, la voluntad se pierde, literalmente lo entran o lo sacan dependiendo de su destino.
Y no solo en el metro, en los articulados del metroplus y en los buses urbanos tradicionales se vive lo mismo: vehículos atestados, empujones por doquier, pisones, manoseos, etcétera es el pan diario, y como si esto fuera poco, si con la incomodidad de la ya muchísima gente encima no fuera suficiente, no falta el que llega con el morral colgado en su espalda. Algo así como una persona más trepada encima del otro.
Y entonces el morral jala, pega, empuja, raspa, no se explica uno cómo una persona se sube a un bus con el morral colgado en su espalda. Existen algunos que seguramente ya tuvieron una experiencia traumática con los amigos de lo ajeno que los portan adelante, en su abdomen, y entonces el morral no deja de ser peligroso, esta vez se posa repetidamente en la cara del que “por de buenas” va sentado. Cada frenar, cada acelerar del bus, cada persona que intenta pasar por detrás del portador del morral es un golpe en la cara.
No cabemos señores, no hay espacio para mí y para usted con su morral, o mejor sí cabemos, pero hombre ¡colocátelo de lado!