lunes, diciembre 23, 2024

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CUADRAS DE JUNGLA

Por: HUGO URREGO
Historiador

Hace días posteé en mi perfil de Facebook un artículo aparecido en el periódico El Colombiano, titulado “Tener aves y árboles en el barrio mejora la salud mental”. También acompañé mi post con un comentario: “Dos palos de Majagua al frente de mi casa. Con periquitos, carpinteros, gavilanes y guacamayas… murciélagos y un currucutú en la noche… provoca hacer del árbol otra casa”…

De eso me precio cada vez que pongo los ojos en la calle desde mi balcón; vivo en una casa del centro. Pero todo cambia cuando camino unas cuantas cuadras, los árboles desaparecen. Si por lo menos se vieran laureles, especie de monocultivo vegetal urbanístico propio de la ciudad, o tórtolas, pequeños pájaros invasores y agresivos que desplazan otras especies y ya se hicieron partes del paisaje. Pero no, en el centro ahora todo es cemento, asfalto, humo, ruido y mucho calor. Basta con caminar desde las Torres de Bomboná, extraña parcela de silencio en medio del ruido, hasta la avenida La Playa para encontrar, en sólo tres cuadras, situaciones en verdad extremas.

Hay en las Torres una apacible plazoleta, donde todavía juegan niños y la gente se sienta a hablar sin estar pensando en los amigos de lo ajeno. Pero la placidez de ese lugar, que bien puede ser un barrio vertical, es de pasillos hacia adentro. Las calles circundantes siempre están en estado de taco, y el silencio que antes se lograba presentir da paso sin más a carros, buses, motos, ciclistas y transeúntes que compiten por un espacio, quitándose tiempo y exponiendo integridades.

Al pasar Pichincha está Cervantes, calle de una sola cuadra que ahora es peatonal. Allí hay tregua para la calma otra vez, pero aunque sea peatonal ―cosa extraña― Cervantes se mantiene llena de carros. No se sabe qué clase de calle es ésta entonces, si peatonal para carros o vehicular para peatones, o si es aprovechada por aquellos que compraron moto o carro sin tener plata para pagar un parqueadero.

Darse cuenta de lo que significa, en términos de planificación urbana y cultura ciudadana, el tranvía de Ayacucho, es tema que sólo se tocará de soslayo, es que son muchas las impresiones que este nuevo lugar genera. La primera lectura es que el ruido de Ayacucho se acabó, que el tranvía ha hecho de esta vieja calle el sendero peatonal urbano más largo de la ciudad, desbancando al tradicional Junín. No suena muy bien el gazapo, pero ahora todo el mundo comenzará a decir “ayacuchear”.

De todas formas tiene mucho significado ver cómo tanta gente camina por un espacio que ni el más preclaro de nuestros alcaldes concibió para tal uso. Sólo faltan muchos árboles para que en verdad sea ecológico además de peatonal. No vaya a ser que la “Cultura Metro”, disponiendo estratégicamente de altavoces desde la estación San Antonio hasta el barrio Alejandro Echavarría diciendo, palabras más palabras menos: ¡ESTÁ PROHIBIDO CORRER POR LA PLATAFORMA!, llevando el ya acostumbrado sentido de no lugar de sus pulcras estaciones a la vía pública.

El último tramo es también muy interesante. En esas dos cuadras de Córdoba entre Ayacucho y la avenida La Playa hay más de cuatro instituciones educativas, un respetable y anónimo hotel, una reconocida sala de teatro, pequeños talleres de diseño gráfico, litografía y comercio de papelería, uno que otro local de comidas, ni un sólo árbol (en Cervantes hay cuatro y pare de contar) y un sentido completamente nulo de la cultura ciudadana.

No se sabe qué pensar de esas dos cuadras un viernes a las 7 de la noche. Las estudiantes de un reconocido colegio salen de clase, las esperan muchos ―no exagero, son muchos― carros de transporte escolar, que se hacen a lado y lado de la calle, invadiendo andenes y zonas de parqueo.

En una esquina, los estudiantes de una Universidad que tiene allí su campus departen alegremente la llegada del fin de semana, no importa el status de universitarios que ostentan, no importa que muchas niñas menores de edad los observen caídos de la rasca celebrando la coronación de otra semana académica, no le importa a la Universidad tampoco, si le importa al dueño de la taberna. Mientras tanto, otro tipo de personas hace la fila en silencio para entrar al teatro. Más allá, con un gigantesco agujero en la calle de por medio (centro “parrilla”) está la Avenida La Playa, llena de árboles gigantescos, guacamayas, currucutúes, gatos, ratas, perros y amigos de lo ajeno. Sólo han sido tres cuadras de jungla.

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Ruben Benjumea
Soy periodista por vicio y bloguero por pasión y necesidad. Estamos fortaleciendo otra forma de hacer periodismo independiente, sin mucha censura, con miedo a las balas perdidas, pero sin cobardía.