jueves, diciembre 26, 2024

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EN EL SUELO

Por: HUGO URREGO
Historiador

En mis manos tenía un gran libro verde, publicado por una editorial holandesa de libros de lujo. En internet me daría cuenta que su precio era de 25 euros, es decir algo más de 75.000 pesos colombianos, pero mientras lo veo, quien lo puso en venta me lo ofrece por 3.000 pesos. Desde hace tiempo busco libros en la calle, y me he dado cuenta que siguen en el mismo precio, aun cuando en librerías (incluyendo aquellas que se autodenominan de libros leídos) los precios siguen disparados. Otro vendedor del mismo sector ofrece un libro de moda, “Angelitos Empantanados” de Andrés Caicedo, en la reconocida y descontinuada edición Cara y Cruz de Norma, y la cifra vuelve a ser de irrisorios 3.000 pesos.

No importa el día, estos libreros informales abren (si tal expresión puede aplicarse a la mayoritaria economía de la calle) los domingos, y ese día es como de promoción: “La Casa de Bernarda Alba” de García Lorca en una primorosa edición crítica de una editorial española, 1.000 pesos, con todo y fotos; si quiere paquetes, también hay descuentos más que sustanciales, un ejemplo es “El Reino de este mundo” de Alejo Carpentier y “Libertad bajo palabra” de Octavio Paz, 4.000 pesos. Todo estos títulos nadan en un mar de ediciones piratas, que valen lo mismo, y con eso creo entender que la convención de marca, puesta en “situación de calle”, no importando si son libros, discos, ropa, zapatos, celulares, etc., desaparece en un mercado en el que vende más quien venda más barato. Un buen vendedor se preciaría de los resultados generados por seguir tal principio, pero ¿a ese precio?

Quizás la diferencia esté en que, a diferencia del mercado convencional, en la calle la competencia no es con el vendedor de la chaza vecina, sino con el tiempo, el clima, las vacunas, la policía y los funcionarios de Espacio Público. Ellos son el recuerdo de que el espacio por ellos aprovechado no es de su propiedad, aun cuando por ahí merodeen ratas y gatos que esquilman y parasitan su mercancía. Así haya renglones mas rentables que otros, todos deben pagar, y por eso toda oferta es contra el tiempo, así la demanda sea desesperantemente lenta. En una ciudad que no lee, la oferta de libros en la calle debe significar un esfuerzo extra para sus dolientes.

Uno de ellos, don Saúl, se instala en semana en la Avenida Bolívar entre las calles Maracaibo y Caracas, casi bajo el viaducto del Metro, los domingos sube al edificio Fabricato, en la esquina extraña de Junín con Boyacá, y despliega algo más de 1.000 libros. El espacio que ocupa es desbordado por la masa de libros, que dan vuelta a la esquina, invadiendo los andenes. Son muchas las personas que por allí pasan, y aun cuando don Saúl se reitera en un gesto numérico que nunca excede los dedos de su mano, quienes le compran son muy pocos. Por eso debe ser que el gesto de su mano se queda casi siempre en el índice y el medio. Yo le pregunto de donde saca tantos libros, él responde que en semana sale a tocar puertas en casas de barrios de estrato alto, preguntando por libros qua ya no son usados o que ya no interesan, luego los ofrece por sumas irrisorias que garanticen una liquidez relativa en las ventas. Él confiesa que no lee, pero que los libros son un negocio. Cosa paradójica, su medio de sustento es un índice de la demanda de libros, lectura y cultura en la ciudad, obviamente tal índice es crítico. Yo le compro.

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Ruben Benjumea
Soy periodista por vicio y bloguero por pasión y necesidad. Estamos fortaleciendo otra forma de hacer periodismo independiente, sin mucha censura, con miedo a las balas perdidas, pero sin cobardía.