Con la desmovilización de las FARC, las especulaciones sobre el futuro de Colombia han sido el pan diario. Que nos volveremos una dictadura socialista, que tendremos un presidente exguerrillero como en Nicaragua o Uruguay, en lo político, o que se abrirán todas las oportunidades para que la inversión extranjera voltee sus ojos hacia el país, en lo económico, son las apuestas que contradictores o seguidores del proceso ponen sobre la mesa.
Nada se acerca más a la realidad que lo último. Con la desaparición de la marca FARC, aquellas zonas de la media Colombia olvidada quedan a “merced” de la inversión, se abren como “primavera en rosa”. Según dicen infraestructura y desarrollo llegarán a esas regiones que sólo existen en el imaginario de algunos cartógrafos que como notarios la aseguran en un papel.
La oportunidad está pintada. Y así lo ha entendido el ministerio de Industria y comercio, que desde hace unos años empezó a subastar los santuarios ecológicos y ambientales que por las condiciones de (¿inseguridad?) abandono se conservan.
Impulsada por una campaña publicitaria emocionante, patrocinada por la empresa privada, se lanzó el documental “Colombia magia salvaje” que con la inigualable narración de Julito, puso a llorar a más de uno. Fue tan impactante la promoción que llegó incluso a, en un contexto completamente ajeno, y equívoco, ser parte de una noche en la feria de las flores en Medellín.
La estrategia ha empezado a dar sus frutos, el ministerio de María Claudia Lacouture, que no el de ambiente, sino el de Industria y comercio, hizo el camino expedito para que la Industria turística empiece la construcción de grandes hoteles en los santuarios ambientales nacionales: “El ecoturismo es una oportunidad de impulsar cambios que incluyan desarrollar objetivos como la sostenibilidad, la conservación y la participación de la comunidad local, aprovechando las potencialidades ecoturísticas de las regiones”. Así lo dijo la Ministra durante un encuentro con las autoridades de turismo e invitados a la XXXVI Vitrina Turística de Anato.
Olvida la Ministra que el “ecoturismo” no existe, que lo que han llamado la industria limpia, es tan devastadora como la minería misma, pues genera socavones en las comunidades que se ven impactadas por la visita “inocente” de los paseantes.
El turista, promedio o exclusivo, tiene en su cabeza el divertirse, conocer, descansar, recrearse, fotografiarse para fanfarronear y lo que quiera, pero nunca, proteger o salvaguardar los sitios visitados, sus comunidades y su ambiente.
Al turista no se le puede pedir que renuncie a sus comodidades citadinas, que cuide el agua, que no se embadurne hasta el tuétano de sustancias contaminantes que matan bichos esenciales para los ecosistemas, que no use generadores de “electroesmog” como el celular, que no gaste energía, que no genere basuras y un largo etcétera que llevarán a la destrucción de esos santuarios.