sábado, diciembre 21, 2024

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PARKER Y KENT

El trabajo de un periodista en sala de redacción es bastante complejo. Y es complejo, tedioso y estresante porque se trabajan más de 15 horas al día por 6 días de la semana bajo órdenes, en muchas ocasiones, de los más ineptos, soberbios, contradictorios y holgazanes jefes, que justifican su salario con los contenidos prestados, que además, como si fuera poco, viven de genuflexiones ante jefes haciendo obedecer, al pie de la letra, exigencias editoriales en emisoras, canales y periódicos con intereses políticos y económicos.

Cargar el logo de una empresa periodística es la peor tarea para un periodista raso porque después de 10 o 15 años cancelan sus contratos laborales sin que la audiencia se dé por enterada de esa “nefasta noticia”…

Regularmente con una pésima remuneración mensual resultado de la sobreoferta de profesionales de la reportaría que trasboca cada seis meses las universidades, más los graduados por la Corte Constitucional en los que se destaca el esfuerzo mayor de atravesar la Avenida San Juan para comprar una grabadora de pilas en “El Hueco”, los reporteros por necesidad se ven en la sin salida laboral que los obliga a tragar sapos por las presiones de sus jefes inmediatos.

Los reporteros rasos que cargan el logo de una empresa equis pagan un alto costo: trabajar inconformes, enfermedad que padecen y soportan en silencio por la manipulación de propietarios quienes advierten sobre “la aridez” del escenario laboral…

La reflexión tiene que ver porque algunos periodistas del periódico El Colombiano, que generalmente acuden cuando los tienen de las gónadas en sala de redacción, se quejaron de la actitud de la periodista Margarita Barrero, quien se desempeña como una de las editoras del periódico de La Ayurá, que dirige la diseñadora Marta Ortiz, perteneciente al árbol genealógico de la familia Gómez Martínez, propietaria de un porcentaje accionario de esa casa periodística.

Margarita Barrero, graduada en el santísimo, y de quien, dicen, manejó las redes sociales de la campaña oficialista del “SI” en el plebiscito por el acuerdo entre Farc y Gobierno, les respira a algunos de los reporteros en la nuca.

Que Barrero es grosera, maleducada, altanera, que grita y que no tiene un ápice de empatía con los reporteros, puede que sea verdad. Sobre esos malestares que debieron ser tema en la última reunión de socios esta semana en el periódico hay varios puntos para resaltar.

Cuando se carga el logo de una empresa se está sujeto, como reportero, a seguir las directrices de los jefes de la empresa, aunque sean malos, no hay de otra. En una empresa periodística hay que seguir líneas editoriales, así los mismos reporteros no las compartan, porque de lo contrario, toca renunciar y montar cambuche aparte en un medio de las características que se ajusten al ideario y manera de pensar del periodista. Difícil pero es posible…

Otro asunto, y que por obvias razones es inadmisible es que todavía existan patrones como los que les tocaron a Peter Parker en Clarín y Clark Kent en El Planeta, periódicos en los que los jefes tenían como característica maltratar a sus reporteros porque se creía que era la única manera de garantizar una buena historia. Craso error, el Hombre Araña y Supermán son personajes de ficción, nunca existieron, tampoco sus jefes…

Tener neandertales en empresas periodísticas es de preocuparse debido a que cuando la hembra se agacha, el macho, sin autorización, se le monta encima. La época de tener un montador se acabó hace mucho tiempo.

En lo que debe reflexionarse, pensaría, es en la nueva insatisfacción de algunos periodistas y reporteros de El Colombiano poco beligerantes frente a las nuevas decisiones ordenadas por la Dirección y exigidas por la Editora General. Frente al maltrato no hay discusión, pero con respecto a la línea editorial sólo hay dos alternativas, una, renunciar, la otra, someterse. Como dirían en México: “flojito y cooperando, mi amor”…

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Ruben Benjumea
Soy periodista por vicio y bloguero por pasión y necesidad. Estamos fortaleciendo otra forma de hacer periodismo independiente, sin mucha censura, con miedo a las balas perdidas, pero sin cobardía.