Alguna vez un amigo me relataba la discusión que sobre la reelección inmediata del presidente Uribe había tenido con su hermano. El argumento de mi amigo no podía ser más acertado, planteaba que personalizar las reformas en pro de un individuo era un error de suma gravedad para un país.
Según los seguidores de Uribe la reelección era buena para que él continuara en el poder y nefasta si quien continuara fuera Santos o cualquier otro. Tan personalizada fue la discusión que los mismos que la aprobaron, la tumbaron, los mismos que la pidieron, hicieron votos para que fuera eliminada.
La verdad es que el ejemplo trazado por Uribe ha sido seguido al pie de la letra por Santos: tomar decisiones que cree convenientes para el país –o para ellos- sin tener en cuenta la Constitución.
No es por hacer eco a la malintencionada oposición planteada por Centro Democrático, ni por declararme enemigo del proceso de paz. Por el contrario, creo que de lo poco bueno que se ha hecho en Colombia en los últimos doce periodos presidenciales ha sido llevar a las FARC a un proceso de desarme.
Pero lo que sí no puede ser acolitado es la forma en que se ha hecho, y dejar pasar eso por alto es poner la discusión en los mismo términos en que se dio la de la reelección del expresidente Uribe, es decir, es bueno si… pero malo si…
Santos se ha equivocado y gravemente con la implementación de los acuerdos, ha puesto la maquinaria gubernamental a disposición de las diferentes fuerzas electoreras del país y ha dejado a merced de ellas la posibilidad de un proceso de paz fuerte.
Al mismo tiempo y en un acto ególatra y de suma soberbia, muy propios de él y de los de su calaña, ha desconocido la voluntad de un buen número de colombianos que, manipulados con infamias y engaños, votaron negativamente el referéndum propuesto por él mismo para mostrar un, en lógica teoría, masivo apoyo a la negociación. Su estrategia falló.
Hoy, pocos elementos de defensa hay para un proceso al que lo único que lo tiene en pie es la buena disposición de las FARC, (y obvio los grandes sacos de dinero del Estado), que ve como muchos de los colombianos, sentados desde sus cómodas poltronas prefieren la continuidad del conflicto que una negociación pacífica al mismo.
Las estrategias utilizadas por el gobierno Santos para hacer de los acuerdos un propósito nacional, blindado desde lo político, lo jurídico y lo popular, han fracasado por completo, y en un efecto bumerang, han fortalecido a aquellos que oportunistas y no más inteligentes, (lo único certero es que los segundos fueron menos torpes que el primero), hicieron lo posible para moverle las bases al por unos anhelado y por otros despreciado acuerdo de paz.