La grosera acusación hecha por el expresidente Uribe en contra del periodista Daniel Samper Ospina, ha puesto una vez más en la agenda pública los alcances del hoy Senador y de la impunidad que cobija sus actuaciones actuales y pasadas.
Nada de lo hecho por el innombrable (me refiero a Uribe) es inocente o carente de cálculo, y de esto los colombianos hemos sido víctimas. El trino con el que el expresidente trató de “violador de niños” al periodista, logró que de nuevo, y sin respiro, su nombre resonara en medios y redes sociales de personajes prestigiosos.
Ese es el propósito del innombrable, mantener su vigencia a cualquier precio, y no escatima en recursos, incluso los más bajos, como la calumnia y el engaño, para conseguirlo. Paradójicamente, cuando se ha desarmado un peligroso grupo militar y el camino está expedito para una nueva Colombia, hoy atravesamos un tiempo de incertidumbre, temor y desasosiego gracias a ese señor.
El monstruo sacado del sombrero de la oligarquía colombiana para que hiciera el trabajo sucio y alimentado por los medios y periodistas se ha salido de madre, es incontrolable, ha logrado crear casi que una religión de la que él es la santísima trinidad: la justicia le teme, los políticos le temen y la opinión pública lo escucha, lo sigue y lo venera.
No se ha visto empantanado por ninguno de los escándalos que han rodeado su actuar público como gobernante local y nacional. Cuando su círculo familiar se ha visto involucrado en acusaciones de paramilitarismo y narcotráfico, ha sabido hacerle una profunda verónica malonetiana y salir incólume.
Es el congresista y presidente que más ha golpeado a la clase trabajadora, pero como por esos azares del destino goza de enorme reconocimiento y aprecio en la clase menos favorecida.
Sea este el momento, cuando sus baterías se han enfilado en contra de uno de los periodistas más creativos y punzantes del país, para que el innombrable desaparezca de la esfera pública. No más Uribe, ni para bien ni para mal, este ser creado y fortalecido para destruir tiene que ser dejado de escuchar.
Ha bloqueado a sus detractores, los ha vilipendiado, calumniado y destruido de miles maneras, ya es hora de que se haga lo propio: no más eco a la maldad despedida por el innombrable y sus áulicos. Que su actuar y su decir no sean más el motor impulsor del debate público.