Desconocer la historia tiene dos consecuencias iniciales sin embargo no por ello menos graves, por un lado, todos nuestros juicios carecerán de validez en la medida que están por fuera de una realidad temporal y muy seguramente espacial, por el otro, habrá un gran porcentaje de posibilidades de que lo sucedido vuelva a repetirse, y se repetirá cíclicamente hasta que se haga una reflexión profunda del suceso.
En 1984, bajo la administración del entonces presidente de la República Belisario Betancourt, se firmó el acuerdo de la Uribe entre el gobierno, las FARC, la ADO, el EPL y el M19, que trajo consigo un cese multilateral del fuego y el surgimiento de la U.P, partido político con el que las FARC pretendían ir haciendo tránsito a la vida política en el país.
El incumplimiento de los acuerdos por todos lados (para no entrar en debates parcializados), generó el rompimiento del mismo y a la par el exterminio vulgar, salvaje de un partido político de oposición con la, por lo menos, aquiescencia del Estado.
Hoy, cuando han pasado 32 años, cuando murieron inútilmente 220 mil colombianos, cuando casi 10 millones de compatriotas sufrieron de desplazamiento forzado, un nuevo partido político nacido de los escombros de las explosiones y de la desolación de los bombardeos aparece en el escenario colombiano.
La Fuerza Alternativa del Común, nombre como en adelante se conocerá las extintas Fuerzas Revolucionarias de Colombia, FARC (error estratégico pues continúan utilizando la desprestigiada sigla FARC), aparece para, en conceptos de unos, indultar a delincuentes y de otros dar esperanza a una democracia que por sí sola se ha encargado de destruirse.
Amaneció esta semana con las implacables críticas al naciente partido, que utilizaron la sagrada catedral primada para proyectar su símbolo, irrespetando así la neutralidad política de la iglesia como si las religiones, tan solo una, hubiera logrado estar al margen de la actividad proselitista, que los exguerrilleros bambonearon su cinismo en medio de un concierto en la importante plaza de Bolívar, como si ya no cientos de delincuentes lo hubieran hecho al interior de las paredes del recinto que otea la plaza.
El director de este portal ya escribió que el partido de las FARC es más de lo mismo, discursos hermosos pero inútiles, arados mentiros en los desiertos más áridos de la historia.
Hemos perdido la esperanza. La maquiavélica estrategia de esconder la historia de Colombia funcionó como nadie se lo imaginó. Los más asiduos detractores del nuevo partido son personas que no saben de qué se trató el desfile de los claveles, que desconocen quienes fueron Bernardo Jaramillo o Jaime Pardo Leal, e incluso hay algunos que creen que U.P es una película de Walt Disney.
Quizás esperar mucho del neonato sea un error histórico de incalculable proporciones, pero por lo menos si nos devuelve la esperanza, o nos despierta la curiosidad morbosa por lo nuevo, ya será un cubo de azúcar para la amarga democracia colombiana.