Después de una opaca negra noche en que los ritmos folclóricos de nuestras ricas costas fueron desplazados por fusiones que no entregaron más que esos sonidos monótonos de las modernas músicas urbanas, una negra noche que desplazó la chirimía chocoana que llenaba de brillo el escenario abriendo paso a su majestad la marimba de chonta, y que esta vez, no es claro a raíz de que, no estuvieron en lista de invitados, el Parque Cultural Nocturno nos entregó un singular, pero espectacular concierto de son y bolero.
Con un público que se comportó a la altura, respetuoso en su mayoría, sereno y entregado por completo a los artistas, la noche de son y bolero fue simplemente maravillosa. Cada uno de los cantantes presentados dejó ver su compromiso y deleitó con un repertorio que cautivó a los asistentes a la Plaza Gardel.
Milagros, Raquel Zozaya, Claudia Gómez, Marcial Istúriz y la encantadora de todos los tiempos Sole Giménez, lograron conmover a los medellinenses que estuvieron coreando sus canciones hasta pasadas las 11:00 de la noche (se va a enojar Fico).
No deja de cuestionar que en una noche de son y bolero haya brillado por su ausencia un representante de la Cuba musical, el país caribeño donde estos ritmos han tenido su desarrollo, y que hayan sido reemplazados por españoles, venezolanos y colombianos bien nacidos aquí o adoptados por nuestra gentileza.
Dicho sea de paso la amabilidad colombiana ha sido mal interpretada por los turistas extranjeros, desabridos y arrítmicos que creen que en nuestro país pueden hacer lo que en los suyos no, sobrepasando por encima de los nacionales.
La presente versión de la fiesta de las flores ha sido criticada por los altos niveles de restricción y privatización de muchos de los eventos que hasta hace muy poco eran gratuitos, como el desfile de silleteros, donde el asistente tendrá dos tarifas, la formal que llega a los $100.000 en palcos que demuestran su prestancia económica o algo así como $20.000 que cobra el ya reconocido cartel del trapo rojo por dejarlo ubicarse a la vera del camino a aguantar pisotones y estrujones.
Queda todavía un largo trecho de espectáculos que pueden cautivar a propios y extraños, pero lo de la noche de son y bolero del pasado lunes 6 de agosto deja el pico muy alto para lo que falta.