Decían que escuchaban voces. Otros no las escuchaban y otros las negaban, esos fueron los que generaron el problema.
Las voces hablaban de haberse robado algo, tal vez un dinero para compra de votos. El primero que las oyó hizo el anuncio por los altoparlantes del pueblo, el escándalo fue sumo, sin embargo los negadores de las voces se encargaron de poner en duda lo escuchado.
Los segundos, los negadores, buscando evitar las evidencias de las ondas sonoras, desprestigiaron a los primeros oyentes que desesperados buscaron las grabaciones de las voces que no aparecían.
Las voces se convirtieron en fantasmas, desaparecían de la memoria de los oyentes, algunos intentaban mantenerlas y se habían convertido en una amenaza para los negadores.
Ambos, los oyentes y los negadores, iban tras el botín, los indiferentes, a los que no les importa si había voces o no, los que habían logrado estar por encima de murmullos de voces y de apariciones, los que aprendieron a vivir en un mundo que superaba al real.
Con el pasar de los días el pueblo se fue poniendo oscuro, una niebla opacaba el firmamento y retrasaba la aparición del sol, dijeron entonces, los negadores, que era el castigo divino por inventar voces pecaminosas, por no dejar descansar las voces de los que se habían ido por accidentes voluntarios.
Los oyentes decían que la niebla oscura era un invento de los negadores para ocultar la existencia de las voces, que esas voces necesitaban ser escuchadas por todo el pueblo porque querían decir la verdad.
Algunos negadores se fueron del pueblo, no querían evitar el debate, sino atender asuntos personales en otras latitudes, otros negadores salían valientemente a gritar en medio del camino que querían escuchar las voces, que donde estaban, que por qué no se oían.
Los oyentes una vez más, como había pasado en otras oportunidades, se fueron resignando a la desmemoria del pueblo, intentaban agudizar sus oídos para escuchar otras voces sin darse cuenta que se iban quedando sordos.