viernes, noviembre 22, 2024

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NOCHE DE DOMINGO

Los 31 de octubre es una fecha que desde hace 17 años tengo bastante presente, y el último día del mes anterior, no fue la excepción.

Durante la campaña de octubre de 2019 tuve la oportunidad de hablar y entrevistar al excandidato a la gobernación Iván Mauricio Pérez, uno de los muchachos del actual aspirante a la presidencia Sergio Fajardo.

Iván Mauricio, un muchacho buena gente, amable, fue invitado al programa -La Suma de los Mejores- que se emitía por elcanal.co, proyecto periodístico que no aguantó la pandemia, se contagió del bicho, murió…

Más allá de las tragedias del covid, en ese octubre, el también exgerente del IDEA estaba incómodo para la entrevista al punto que me tocó decirle que se relajara, que la idea era pasar un rato agradable y que para nada había algo personal, así no compartiera algunas, o mejor, todas las posturas políticas de su jefe, Fajardo…

Después del programa le dije a Iván Mauricio: voy a contarle una historia que nadie tiene porque saber, puesto que muy pocas personas han sido las que me han preguntado la razón o circunstancia por la que no le veo nada bueno al “hombre de la Biblioteca de los Reyes de España”…

Cuando Sergio Fajardo apareció en el escenario público y político, hipnotizó a más de uno con su discurso renovador y necesario para esa época. “Los dineros públicos son sagrados”, decía. “Del miedo a la esperanza”, recitaba…

Todos, incluido yo, jartos de la corrupción, de los politiqueros, de la falta de liderazgo, le apostamos a un tipo fresco, de mechas al aire, sin corbata y de jeans sin correa montado en un par de Ferragamo con tacón desgastado.

Hace 17 años, en plena campaña electoral de 2003, la fatiga del alcalde Luis Pérez era desastrosa debido al escándalo de La Vajilla de EPM y los viajes turísticos al Parque Eólico de la Guajira en donde el exmandatario se revolcó en la bella roja arena caribeña junto a varias muchachas, era la comidilla del escenario público.

Tras solicitar una licencia del trabajo como reportero de Últimas Noticias de Ondas de la Montaña que dirigía el difunto Marino Restrepo Maya, fui a parar a la campaña del Partido Liberal a la alcaldía de Medellín de Jorge Mejía Martínez, hoy secretario de planeación de la Administración de Quintero.

Mauricio Pérez abría los ojos como sapo en tomatera mientras narraba la historia…

Recordé que, entre la campaña liberal de Mejía y el gobierno local también liberal, se había perdido la confianza puesto que pudo comprobarse que el “establecimiento municipal” apoyaba la campaña competidora de Sergio Naranjo Pérez, antiguo empleador de Luis Pérez en la Secretaría de Educación a finales de los años 90.

Cuando evidencié el desamparo en el que estábamos en la campaña de Jorge Mejía, sin opción de poder y sumándole los maltratos de la “vieja pedorra” Gabrielita Castaño que si ya murió deberá estar asándose a fuego lento en el infierno, tomé la decisión de botar mi voto por Sergio Fajardo, quien ganó la alcaldía de Medellín a las 6:00 de la tarde en las elecciones locales del domingo 26 de octubre de 2003 para un periodo de cuatro años, y no de tres, como era corriente.

Derrota y satisfacción eran las sensaciones en mi corazón, putería dirían otros, una revoltura entre risa y llanto, esa fue mi noche de domingo. Y sentía una putería, que ni se imaginan debido a que, por un lado, estaba la derrota de una huérfana y estéril campaña, y por el otro, felicidad por el triunfo de Fajardo, que, en ese momento, personificaba “La Decencia” que nunca ha tenido…

Cinco días después de elecciones, el viernes 31 de octubre de 2003, a eso de las 11:00 de la noche, recibí la noticia del asesinato de mi papá en compañía de su última mujer también acribillada por cinco hombres que a eso de las 9:00, dos horas antes, habían ingresado a la finca donde vivían. Dos hermanos, los últimos dos hijos de los muertos, de 14 y 15 años se salvaron de arepa, no estaban muertos, andaban de parranda…

Una mierda fue octubre de 2003, sin embargo, tenía expectativa con el 2004, por un lado, reiniciaría mi trabajo como reportero, como “alpujarro” cubriendo alcaldía y concejo, y, por el otro, quería ver a “mi hombre”, el nuevo alcalde, decente, amable, juicioso…

El primero de enero de 2004 estuve en la posesión, ahí estaba él junto a Lucrecia, sólo grabé el evento, pero el dos, al día siguiente, tocó también estar en la instalación del primer periódico de sesiones ordinario del Concejo de Medellín.

Junto con Nicolás Eligio Gutiérrez Sánchez que trabajó para las Noticias de la Radio Paisa de RCN, sin más reporteros, le caímos a Fajardo:

-dotor, dotor, dos pregunticas nada más, suplicamos…

Con un desgano el hijueputa, mirándonos con desprecio y por encima del hombro paró porque no tenía más…

– A ver, dijo.

Uno entendería que, desde el lunes 27 de octubre de 2003, Fajardo y sus amigotes hicieron un buen empalme, pero miren lo que sucedió…

– Alcalde ¿ya revisó el presupuesto, ¿cuándo presentará el proyecto de Plan de Desarrollo?, preguntamos…

La respuesta para los dos “alpujarros” fueron nulas:

– ¡Yo no sé, déjenme llegar!, esos datos no los tengo, hubo mala cara.

Después de más de dos horas de espera, quedamos sin aliento, sin fuerza. Nos enteramos después de que Fajardo, el nuevo alcalde, había graduado a casi la totalidad de la prensa local como “luisperistas”, en otras palabras, de “opositores”, sin contar, que, por lo menos, en mi caso, había denunciado en una emisora de mediana cobertura el mismo escándalo de La Vajilla y las revolcadas de Luis Pérez en Jepírachi, en esa época no había blog…

Cuando terminé de contarle la historia a Mauricio Pérez le dije que con el paso de los años el favor que hizo Sergio Fajardo fue acercar nuevamente a la rancia y ortodoxa clase política, hecho que la puso a tirar piedras para el mismo lado, en su contra, situación, que nuevamente, le dificultará a Fajardo avanzar en su próxima campaña presidencial.

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Ruben Benjumea
Soy periodista por vicio y bloguero por pasión y necesidad. Estamos fortaleciendo otra forma de hacer periodismo independiente, sin mucha censura, con miedo a las balas perdidas, pero sin cobardía.