Los recientes hechos de violencia que volvieron a perturbar la tranquilidad en los espectáculos deportivos llevaron al límite la inteligencia de la alcaldesa de Bogotá: decidió que la solución era cerrar el estadio para determinados encuentros.
Lo cierto de todo es que la alcaldesa no es la única a la que se le ocurre que la solución para que el ratón no se coma el queso es botar el queso a la basura; las reacciones autoritarias a esta clase de problemas son bastante frecuentes, predecibles y ampliamente respaldadas porque políticamente lo que más suele vender es el espejismo de la mano dura que con muy notoria facilidad arrebata los aplausos de las muchedumbres indignadas.
Lo verdaderamente difícil de los problemas sociales que derivan en violencias es entender las razones que explican esas violencias y trabajar sobre ellas para reducirlas al máximo posible sin tener que caer en el facilismo de los autoritarismos limitadores de libertades.
Si las políticas frente a las violencias en situaciones de multitudes fueran aconsejadas por expertos en comportamientos sociales en vez de los facilistas recursos policivos haríamos algo más que simplemente matar a los enfermos.
La economía de mercado salvaje ha puesto a las más importantes ciencias sociales de últimas en la fila de las prioridades públicas. La gente se pregunta por ejemplo qué hacen los sociólogos mientras creen que los abogados sirven para todo. De hecho, los crímenes los estudia una ciencia social importantísima que es la criminología, que en países desarrollados tiene alto prestigio mientras en Colombia no existe siquiera un programa universitario de formación sobre ese tema a pesar de que tenemos unas de las más altas tasas de criminalidad del mundo y finalmente nos conformamos con la idea de que para eso existen los abogados y los políticos.
La respuesta racional a los desórdenes sociales en los estadios no es posible sin entender sus causas, como tampoco es posible una respuesta adecuada para la enfermedad sin tener su diagnóstico. ¿Existe algún diagnóstico en Colombia sobre las violencias en situaciones de masas, como las que se presentan en los escenarios deportivos? Definitivamente no.
A nadie le ha dado por investigar científicamente el tema y los esfuerzos más elaborados únicamente han llegado a la celebración de compromisos con las barras y los equipos de fútbol, pero sin ninguna investigación que arroje datos sobre las razones que originan esas violencias, quizás por el acostumbrado facilismo de nuestros líderes para decir que la violencia no se justifica y por ello no importa cuáles fueron sus motivos.
Sin ánimo de justificación es importante señalar que esas violencias deben analizarse según los contextos sociales de las personas involucradas y sus diversos factores desencadenantes porque nadie agrede a otro simplemente por el color de una camiseta como dicen los loros mojados de siempre.
Si las violencias tienen condicionantes como la carencia de espacios para el desahogo o la expresión de malestar por los problemas que agobian a quienes asisten a las tribunas, una buena idea para evitar las desafortunadas reacciones podría ser el incentivo de otra clase de canales para la conducción de esas presiones.
Si alguno de los factores que condicionan esa problemática tiene que ver con la salud mental de las personas que buscan esos espacios colectivos de refugio, la política más adecuada para trabajar el conflicto en esos escenarios es una política de salud pública.
La respuesta para esa inquietud por las razones de las violencias en espacios de masas no la tenemos por la sencilla razón de que no la hemos buscado y simplemente la suponemos creyendo que se trata de intolerancia.
Creemos, además, que siempre que se presentan esta clase de violencias los únicos responsables son unos desadaptados incapaces de comprender la convivencia y que bastaría con sacarlos de la leche como si fueran moscas para el santo remedio, y la verdad es que no se trata de un simple problema de subnormales enemigos de la sociedad de bien pues esa pálida aspiración por dividir al mundo entre decentes e indecentes jamás ha sido razonablemente sostenible.
Así como los problemas de la ingeniería los ayudan a resolver los ingenieros, y los problemas de la medicina los ayudan a resolver los médicos, es indispensable que los problemas derivados de los comportamientos sociales solo los resuelven quienes realmente podrían saber de ello, y no que simplemente nos conformemos con la misma receta de siempre según la cual la enfermedad se cura matando al enfermo.