Viernes, 6:00 de la tarde, esquina sur oriental del edificio de Ruta N, llevaba más de 20 minutos esperando un taxi. Al fin uno, me dije, me subí, -me lleva por favor al segundo parque de Laureles. Antes de hacer mi solicitud el conductor había emprendido la marcha y ya, por toda la carrera Carabobo había alcanzado a cruzar la calle Barranquilla, al llegar a la siguiente esquina, me dijo, yo no sé ir por allá, para no ponerlo a dar vueltas, mejor bájese y coja otro taxi. Ni aire me entró, hice lo pedido y me devolví al lugar de partida.
Mientras esperaba que el semáforo me diera la indicación de atravesar, pensaba en el suceso, concluí, con razón la proliferación del servicio público informal o ilegal, no sé.
Alcancé a cruzar y en el mismo sitio volví a tener éxito. Igual que el anterior el conductor dijo ante mi solicitud, yo no sé ir, si no le molesta indicarme no hay problema. Hágale, dije.
El transporte informal ha sido uno de los grandes problemas de Medellín, que además se ha visto agrandado por la aparición, proliferación y aceptación masiva de la población de las plataformas tecnológicas que lo ofrecen.
Todo es informal, (yo me atrevería a decir ilegal) el de las plataformas o el de los comúnmente llamados “chiveros”, lo cierto es que la ciudad está en manos de miles de dueños o conductores de vehículos particulares, incluyendo motos, que ante la mirada cómplice de los habitantes e indiferente de las autoridades transitan sin la más mínima precaución por las deterioradas vías paisas.
Paran en la mitad de las calles, se atraviesan sin contemplaciones, ponen a funcionar vehículos deteriorados y no conservan las más mínimas normas de tránsito de la ciudad, convirtiendo las vías en trampas mortales para peatones u otros conductores.
El trabajo que se hizo con buses, colectivos e incluso taxis para poner en cintura una de las condiciones más complejas de las grandes ciudades se ha ido al traste con la fuerza que día a día adquiere esta forma de transporte, que se sustenta en un enorme desempleo y en general en una crisis económica masiva.
Pero el problema de la ilegalidad del transporte público individual o colectivo ofrecido por particulares, no se queda sólo en las calles, que, dicho sea de paso, son el parqueadero de estos vehículos, con él se evidencia la creación o fortalecimiento de mafias que lo controlan –por lo menos a los chiveros y al mototaxismo- generando así una nueva forma de financiamiento de los grupos delincuenciales que operan en Medellín.
La escasa fuerza de guardas de tránsito de la ciudad es impotente para controlar este fenómeno, además que intentar hacerlo les coloca una diana en sus trajes azules.
Ante tan complejo y creciente problema las autoridades se hacen los de la vista gorda. En estos días en alguna fila de una estación del metro un par de señores conversaban y se atrevían a decir que el alcalde no hacía nada porque tenía 50 vehículos destinados como “chiveros”, demuestra esto que brilla el desgobierno a tal punto que genera leyendas de este tipo y que el problema prolifera en toda la ciudad.