Al General Eduardo Zapateiro le quedaron grandes las botas. Esa idea de que los militares tienen que ser los más rudos bravucones para impresionar a las tropas es un asunto de película porque lo que verdaderamente impresiona a un país de sus militares no es que sean muy rudos, sino que sean muy inteligentes, y eso es lo que no es el comandante de nuestro Ejército.
No hay que ser un experto en asuntos castrenses para saber que el respeto y la autoridad militar no dependen del tono desafiante, ni de la cacería de peleas en los micrófonos. A los militares se les respeta cuando obtienen resultados estratégicos en donde no se tengan que lamentar sacrificios innecesarios. Se les respeta cuando cumplen sus funciones con apego a las reglas de juego de la democracia, que no son otras que las que los civiles les hemos fijado en la Constitución y en la Ley, y, a Zapateiro, le quedaron grandes ambas cosas.
Le quedó grande la obtención de resultados operativos decentes porque la masacre estatal en El Putumayo resultó siendo una confesa política militar en la que al propio comandante del Ejército le parece normal que con fusiles del Estado se mate a mujeres embarazadas y a niños en operativos. Un Ejército de verdad glorioso es aquél que no tiene como política el sacrificio de los ciudadanos que jura defender, o, que, por lo menos, reconoce sus errores cuando los comete en vez de justificarlos apelando a la más oprobiosa criminalización de sus víctimas.
También le quedó grande a Zapateiro el respeto básico por las reglas de juego de la democracia, pues al salir a enfrentarse con un candidato presidencial abiertamente crítico de la descomposición de las fuerzas armadas oficiales, no hace otra cosa que participar descaradamente en política electoral por la sencilla razón de que sus declaraciones en redes sociales fueron mucho más allá de lo que la Constitución Política les permite a los que portan las armas y los uniformes oficiales.
A las Fuerzas Armadas se les prohíbe la deliberación política por dos razones muy sencillas: la primera, porque su rol exige entera dedicación a las cuestiones estratégicas y operativas dada la presencia necesaria de actividades del más alto riesgo para la vida de personas, y, la segunda, consiste en que las democracias están basadas en la deliberación racional, la cual no es posible cuando uno de los interlocutores lleva un arma encima mientras habla a otros que están desarmados.
Zapateiro señaló públicamente al candidato Gustavo Petro de no haber sido suficientemente “castigado” por haber recibido dinero en “bolsas de basura”. No es lo mismo cuando eso lo dice el otro candidato que cuando lo dice el que porta y dirige las armas de la República -y considera que es normal que mueran mujeres y niños-.
Su defensa -emprendida por el propio presidente Duque, desafiando también la Constitución- ha sido bastante mediocre al señalar que lo que hizo el comandante de la institución fue responder a las críticas que ha formulado Gustavo Petro en condición de senador en contra del Ejército, y, que, por tal razón, no hubo intervención en política, sino una “legítima defensa”.
El Gobierno tenía dos opciones: retirar inmediatamente al comandante rebelde, o asumir la responsabilidad de quedar expuesto con una hueca defensa, pues atacar al candidato Petro por el famoso tema de las bolsas nada tiene que ver con defender al Ejército. Duque no sorprendió y tomó la decisión que todos conocemos porque sabe que la Procuraduría de bolsillo no hará nada, y nadie más se atreverá a tocar a un General del Ejército por participar en política, pese a que tal conducta es delictiva.
Quedan las siguientes preguntas que son verdaderas preocupaciones: ¿por qué llega a ser comandante del Ejército un sujeto que en las formas nos recuerda a Carlos Castaño y en los hechos hace recordar a otro general, preso, Mario Montoya? ¿Por qué el comandante del Ejército se siente con tanta seguridad para ofender al candidato que puntea en las encuestas? ¿Cuál será la línea de conducta de Zapateiro y sus “acólitos” si Petro gana la presidencia?
Quien sea que gane las elecciones debería comprometerse con el país a depurar al Ejército de estos males que lo carcomen, comenzando por el retiro de aquellos a quienes las botas militares les quedaron grandes. Comenzando por tener la valentía que no tuvo Duque, de decirle a Zapateiro ponte tus zapatos…
No hay a quien le duela más la muerte de un soldado que a los que portamos el camuflado y, por supuesto, a sus familias y a la patria misma, pero su sacrificio supremo por el país no debería ser usado en narrativas de campaña política. (1)
— Gral. Eduardo Enrique Zapateiro Altamiranda (@COMANDANTE_EJC) April 22, 2022