Un análisis del discurso de Fajardo. Con su tono elitista y tecnocrático, el centro estigmatiza lo emocional, predica el moralismo y es otra forma de la intolerancia que por eso no logra conectar con los votantes ni precisar el cambio que Colombia necesita.
Tres extremos
En pocas semanas, Colombia enfrentará una –o dos– jornadas electorales cuyos protagonistas casi seguramente van a ser dos extremos de la balanza política:
• Una derecha algo aturdida y vergonzante que carga el peso de un gobierno como el de Duque, de un incierto legado, y la inmensa deuda histórica de su larga hegemonía en el poder, y
• Una izquierda enardecida que sabe que de esta tormenta perfecta ella puede resultar beneficiaria, para por fin hacerse con ese poder que le ha sido esquivo.
Cada extremo tiene sus narrativas, basadas –no hay nada raro en ello–en verdades a medias, algunas evidencias y un despliegue emocional muy eficaz dependiendo de a qué sectores de la sociedad se les hable. Las encuestas, instrumento también criticado por muchos debido a sus dosis de incertidumbre, parecen confirmar la efectividad de tales relatos extremos: dominan en ellas –si fuéramos a simplificarlo– el miedo a que todo siga igual y el miedo al cambio.
Desde otro extremo, que también es vociferante en el ámbito de la opinión política, así no se refleje en las encuestas, se lamenta esa supuesta polarización y se hace campaña contra ella, con llamados a la sensatez, el aplomo, el cambio tranquilo.
Estas han sido las banderas de Sergio Fajardo, candidato de la Coalición Centro Esperanza, un proyecto político que en su inestable andadura ha recibido críticas por la escasa visibilidad que le ha dado a las mujeres y por hablar con un tono ilustrado y tecnócrata que muchos consideran rancio y que, ante la realidad de las cifras, está demostrando su desconexión con los intereses y las emociones de las mayorías. Seguir leyendo…
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