Por: Siervo Sin Agua
Humberto siempre despierta antes que suene la alarma, apaga el despertador. Inicia una rutina de 40 años. Se ducha y luego prende el fogón de leña y deja haciendo aguapanela en una olla grande, se prepara un café y se va a abrir su negocio de variedades. Prende una estufa a gas y empieza a hacer buñuelos con el queso que dejó molido la noche anterior.
Son las 5:00 de la mañana y la primera tanda de buñuelos calientes desaparece rápidamente. Trabajadores rumbo al corte, vecinos madrugadores, los pasajeros que esperan la salida de la camioneta del recorrido son los primeros clientes del día.
A las 6:00 de la mañana Humberto saca de su taller de cerrajería una vara metálica y con ella baja una cuchilla con la que desconecta la energía de las lámparas que iluminan las noches del parque de San Pablo.
Pronto la panadería se llena de estudiantes que compran dulces, sacan copias, o aprovechan para desayunar un café con leche acompañado de panes o pasteles frescos.
El conductor de una buseta azul y blanca hace sonar una corneta ensordecedora y Humberto se acerca a la ventanilla para entregar una hoja con la relación de pasajeros y encomiendas con destino a Medellín, son las 7:00 de la mañana y aunque ya lleva cerca de 3 horas trabajando, el día de “Marinillo” apenas comienza.
Con la energía y tenacidad heredada de sus ancestros marinillos, Humberto está siempre pendiente de los requerimientos de la comunidad de San Pablo, a la que quiere tanto como a su familia. Presidente de la Junta de Acción Comunal, presidente de la Junta del Acueducto, miembro de la Asociación de Padres de Familia del colegio, es el todero que siempre gestiona y resuelve.
“Don Humberto que si puede desvarar un carro que se quedó aquí en la curva”… “Don Humberto para abrir una puerta que se me quedaron las llaves adentro”… “¿Tiene cuajadas?”… “Marinillo, para parchar esta llanta”… “Don Humberto, que si ya le tiene la cotización del comedor a mi papá”… Don Humberto cuándo me puede instalar el closet”… “Don Humberto que el Padre le manda a decir que le haga un pan trenza bien grande para la liturgia de hoy”… “Don Humberto ¿a qué hora sale el próximo bus?”… “Don Humberto véndame unos guayos talla 39”… “Don Humberto ¿va a hacer más buñuelos?”… y la procesión de clientes y solicitantes de sus servicios no para.
El desayuno que le sirvieron a las 8:30 se enfrió porque estaba ocupado despachando un encargo de pandequesos y rollos (liberales) que un amigo de Medellín tenía separados con anticipación.
Humberto debe asistir a una reunión de la unidad de víctimas de Támesis en el despacho de la alcaldía. Para llegar más rápido, contrata una moto que lo transporte. En el recorrido, aprovecha para tomar fotos de los pasos críticos de la carretera que comunica a San Pablo con la cabecera municipal. Terminado el tramo de Placa Huella empieza el calvario: una obra tapada allí, un chorro de agua sin canalizar más allá, un árbol caído cerca al volcán, otro derrumbe entrando a La Florida, el puente metálico sobre el Río Cartama pide ajustes, puntas de piedras gigantes que dañan los parachoques y carcasas de los carros por falta de mantenimiento de la vía, un lodazal los obliga bajarse de la moto y cruzar por un potrero. Encontrarse con el bus escalera es otro martirio por lo estrecho de la vía. Parar la moto y orillarse al máximo es la única opción. Ya se ve el pueblo, con su iglesia enmarcada por el cerro tutelar y una muralla de piedra de fondo, pero la carretera sigue siendo un suplicio.
La reunión de víctimas de las cuales es vocero en su pueblo termina al medio día. Humberto aprovecha el viaje para hacer un par de gestiones más y regresar a San Pablo, pues en la tarde le harán mantenimiento a la bocatoma del acueducto.
De nuevo en San Pablo, Humberto llama a los vecinos que se comprometieron para el convite de limpieza y mantenimiento de la bocatoma del acueducto. “Vea hermano, si hubiera voluntad política, San Pablo tuviera solucionado el problema de agua potable hace rato”, dice mientras agita una manguera obstruida. “Agua hay de sobra, pero hay que tratarla y eso es lo que no tenemos en este momento. No hay planta de tratamiento porque una borrasca se llevó la que había”.
San Pablo tiene unos mil doscientos habitantes, es decir que las conexiones o acometidas del acueducto no superan las 300 instalaciones, sin embargo, no ha sido posible recuperar el acueducto y garantizarle agua potable a la comunidad.
“Actualmente hay $35 millones que tiene ahorrados la Junta Administradora del Acueducto y hay un compromiso de $400 millones por parte de la Alcaldía, pero la ley de contratación y sus recovecos hace que ese dinero sea insuficiente para contratar y ejecutar la obra, aunque en cálculos realizados con ingenieros, la obra total es de unos $134 millones en materiales más la mano de obra que aportaría la comunidad”, asegura Humberto.
“Aquí vienen a buscar votos muchos políticos, nos dicen que nos quieren mucho y que nos van a ayudar, pero después de elecciones se desaparecen. Uno de ellos fue presidente de la Cámara y no fue capaz de gestionar el acueducto o al menos el mantenimiento de la vía, pero nada, aunque dice que es el padrino del pueblo porque aquí se hizo políticamente”, sostiene con desconsuelo.
“Don Humberto y también hay que cambiar una parte de la tubería de PVC de alta presión (500 libras) que ya está muy deteriorada, esa se instaló hace más de 30 años y tiene demasiados remiendos”, señala un ingeniero civil que asesora ad honorem a la junta.
El mantenimiento de la bocatoma ha terminado y el día de trabajo de Humberto aún no acaba. Le espera subir la cuchilla que prende las lámparas del parque, instalar una cocina integral hecha en su ebanistería y dejar preparados los materiales para los buñuelos que freirá en la madrugada, a los que el panadero titular aún no les ha cogido el punto. “Es que yo tengo mejor mano para amasar las bolas”, dice sonriente.
A las 10:00 de la noche Humberto cierra las puertas de Variedades El Monito y toma una ducha. Un generoso chorro de agua cae sobre su espalda, la espalda que carga, sin que sea un peso, la responsabilidad de mantener vivo a un pueblo que el Estado (y sus depredadores) sólo recuerdan en época electoral.