miércoles, septiembre 18, 2024

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EL TEMPLO DE JARDÍN

Crónicas por un Cura Paisa. Pbro. Antonio María Palacio Vélez. Editorial Argemiro Salazar. Med. 1978.

Me propongo en esta crónica dar a conocer la historia de la construcción del templo de la población de Jardín. Voy a relatar su historia porque me tocó presenciar su construcción desde sus cimientos hasta la última pincelada de su decoración, y porque también trabajé materialmente ayudando en su obra; por lo tanto, lo que voy a decir referente al templo, me consta porque yo mismo lo vi, o me lo refirió el señor Pbro. Don Juan Nepomuceno Barrera, quien fue el párroco durante los trece años que duró su construcción. Y dicho esto, empiezo:

En los primeros ocho días del mes de diciembre de 1930 fui nombrado Vicario Cooperador del Señor Cura del Jardín, Pbro. Juan Nepomuceno Barrera, y en la misma semana de mi nombramiento llegué a ocupar mi puesto.

Yo conocía al padre Barrera desde el año de 1921, tiempo en el que siendo seminarista iba a pasar vacaciones al Jardín, en casa de mi tío el Pbro. Fernando Palacio, quien vivía allí y era capellán de las Monjas Concepcionistas
que residían en esa población.

El padre Barrera, residía en el Jardín desde el año de 1917, como Vicario Cooperador del Padre Ezequiel Pérez, quien como párroco regía esa parroquia desde el año de 1902, hasta el año de 1918 en que renunció el padre Pérez y fue designado para otro puesto, y el padre Barrera fue nombrado párroco desde ese mismo año de 1918, y la regentó hasta el año de 1934, en que, por su mal estado de salud, renunció a la parroquia y se trasladó a Medellín, en donde murió en el año de 1938.

Aunque había casa cural, el padre Barrera no vivía en ella, sino en casa propia: Vivía con su mamá, la señora Ana Rita Cadavid y sus cuatro hermanas: Eliza, Herminia, Laura y Carolina, todas eran solteras y solteras murieron, pero ya de viejas.

El padre Víctor Gómez y yo, éramos los Vicarios Cooperantes; Vivíamos en la casa cural, pero como allí no había servicio de comida, íbamos a tomar los alimentos en el asilo de huérfanas, llamado “Casa de la Providencia”, porque 28 niñas huérfanas vivían de la providencia de Dios. Ese Asilo era asistido en esos tiempos por la señorita Dolores Zapata y Lucrecia Rivera, solteras ellas y de edad tridentina (es decir de meros tres dientes, porque ambas pasaban de los 60 años. Pagaba por la pensión $ 15.000 al mes).

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El padre Barrera tenía unos sesenta y cinco años, de regular estatura, ni gordo ni flaco, era de una piel muy blanca, ojos claros, era calvo y el poco cabello que tenía era completamente blanco; era muy activo, muy celoso por la gloria de Dios y el bien de las almas, muy piadoso, muy devoto del corazón de Jesús y María Santísima, muy caritativo con los pobres; fue un tremendo fustigador de los vicios; fomentó la piedad cristiana hasta el punto que fue una de las parroquias más florecientes en materia de piedad y vida cristiana, y fue un emporio de vocaciones sacerdotales y religiosas.

Durante los 16 años que gobernó la parroquia no dejó establecer ni una sola casa de prostitución, y cuando alguna prostituta venía de otras partes a querer establecer su comercio allá, cuando más duraba una semana, porque se tenía que ir para no morirse de hambre por falta de clientela.

Se preguntarán como logró el padre Barrera conseguir que en Jardín no pudieran vivir las prostitutas; pues la respuesta es esta: el párroco celoso y santo, ayudado por Dios, siempre se ingeniaba el modo de librar a sus feligreses de tan desastrosa epidemia moral; el método que empleó, y que mismo me contó, fue intensificar en su parroquia la devoción a la comunión todos los primeros viernes del mes, y recalcó tanto en esta devoción, que todos sus feligreses, niños, jóvenes, hombres ya maduros y ancianos, se acercaban a confesarle cada mes, para comulgar el primer viernes.

*Con la colaboración del Centro de Historia y la profesora Olivia Marulanda.

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