Por: María Paola Aristizábal Jaramillo
Tarde de viernes, Sala X El Sinfonía, “las mujeres entran gratis” me dice Daniel, el encargado de monitorear quién atraviesa ese gran telón rojo que divide la taquilla de la pantalla. Una sensación enérgica llega a mí, la curiosidad no tardó en despertarse y, como suele suceder, caí en mi mala costumbre de elevar mis expectativas. Argumentos, historia, narrativa, erotismo; eran palabras que rondaban en mi cabeza al imaginarme las características de una película porno reproducida en dicho lugar.
En menos de cinco minutos tenía una gaseosa en la mano, había atravesado el telón y me disponía a ver la función de cine continuo que estaba rodando en ese momento. Busqué asiento, me acomodé y dirigí mis ojos a esa enorme pantalla. Mi atención aún no se centraba en el público, sin embargo, algo me hizo sentir ajena al lugar, y de inmediato noté la ausencia de mujeres en Sinfonía.
Dicho factor no logró disiparme y aunque algo incómoda, continué sentada observando esa enorme pantalla; rebuscando, escarbando, dónde estaban todas esas características que yo le atribuí a estas películas.
El sentimiento de decepción llegó aturdiendo mis esperanzas y me encontré percibiendo todos los movimientos de la sala que, aunque ofensivos, lograban captar más mi atención; no como esa especie de orgía-violación, que se repetía una y otra vez en la pantalla, aquella narrativa no me enganchaba.
Era notorio que mi presencia alteraba de algún modo el comportamiento del lugar. Fue una cuenta regresiva: el tiempo transcurría, más intranquila me sentía y el acoso por parte de los hombres aumentaba; me tomó más tiempo buscar un asiento que encontrarme rodeada de hombres masturbándose a escazas sillas de la mía. La preocupación de que alguna sustancia líquida ajena a mí cayera sobre mi cuerpo me frustraba.
Una entrada gratis al Sinfonía me llevó a cuestionar el papel que juega la mujer en el consumo y elaboración de la pornografía, y cómo la sexualidad de esta es reprimida por medio de la sociedad, la familia, la iglesia, incluso por ella misma; esta prohibición es notoria en unas costumbres morales que estas grandes instituciones han establecido fuertemente; costumbres causantes de que algunas mujeres sientan rechazo y vergüenza cuando se aborda este tema.
La mujer se encuentra en una lucha constante contra el pudor y la represión, ya que ella hace parte de ese canon de la figura puritana y del sexo solo por reproducción que aún se encuentra arraigado a la cultura de la sociedad. ¿Por qué la mujer está tratando de vivir su sexualidad sin sentir culpa, acaso no está ella en todo su derecho de hacer uso de esta como le plazca?
Salí corriendo del Sinfonía, mis pasos agigantados producto de la angustia, formaban una especie de trote para disimular; yo era un blanco, me sentí perseguida y extraña. Ya abandonado el lugar un sentimiento de desasosiego me habitó y provocó que yo misma me reclamara el haber entrado, el haber sucumbido ante la curiosidad.
Quizá esa cultura de doble moral en la que nos desenvolvemos es la causante de la exclusión del género femenino en la pornografía. Habita entre nosotros la tradición donde se considera culposo tocarse y conocerse, donde el sexo fuera del matrimonio es mal visto o es pecado y donde ser consumidora de pornografía te tacha de pecaminosa o pervertida. Simplemente, también sentimos, queremos, deseamos y fantaseamos ¿qué hay de malo en eso?
El tabú que se ha sembrado alrededor de esta palabra no ha permitido que la mujer se declare consumidora potencial de porno, y que el concepto que se tiene de la pornografía está pensado por hombres que se han apoderado de la industria, causándole así, una expulsión a nuestro género.
A la mujer nunca se le invitó a ir más allá de la actuación en la pornografía, lo cual ocasionó que se volviera ajena a estos espacios; como si ella no pudiera escribir o dirigir una película porno, como si no pudiera ver y disfrutar del porno o acudir a una sala x. La mujer quiere sentirse en igualdad de condiciones y desea ser escuchada y complacida en esta industria al igual que los hombres.