Entre una infinita alegría y una enorme tristeza se vivió la semana anterior. Hace mucho tiempo que Colombia no disfrutaba una noticia tan importante como la continuidad de la entrega de las armas de las FARC, que sumadas unas con otras totalizan aproximadamente un 60% del armamento individual de ese grupo guerrillero.
Pero a la vez, como si fuera una broma macabra de la historia, en el momento en que empieza a materializarse el desarme del grupo guerrillero y el discurso de los enemigos del gobierno que han visto en el proceso de paz su caballito de batalla para atacarlo se desprestigia, un atentado terrorista en un centro comercial del exclusivo norte de Bogotá, nos consterna por completo.
La entrega de las armas es una muestra clara de la disposición de los subversivos para terminar su desmovilización y cumplir a cabalidad los acuerdos de la Habana. Una, mil o diez mil armas menos en manos de combatientes es un motivo de felicidad para un país que ha estado sumido en el terror de balas legales e ilegales, al mismo tiempo ese acto de la guerrilla jaqueó el discurso de los opositores del proceso que desesperados empezaron su retahíla de ataques contra la exitosa negociación.
Sospechosamente, cuando todavía disfrutábamos de las mieles de la concreción del tan anhelado desarme, una bomba explota a las 5:00 de la tarde del sábado en un baño del Centro Comercial Andino, matando a tres mujeres y dejando heridas a un buen número de personas.
Como consecuencia de tal acto dos posibles consecuencias directas y contrarias al mismo tiempo: La primera, los enemigos del proceso de desarme esgrimen que el gobierno ha bajado la guardia, concediéndole un espacio político y militar a la guerrilla, lloran los muertos por un ojo y con el otro buscan el resquicio exacto para desgastar más al presidente Santos. En palabras de nuestra sabiduría popular “a dios rezando y con el mazo dando”.
La segunda y contraria consecuencia tiene que ver con que el atentado nos recuerda que es mejor vivir con el menor número de grupos al margen de la ley que declarar una guerra abierta y sin cuartel a ejércitos irregulares y clandestinos.
El atentado viene de radicales de cualquiera de los dos lados, de la guerrilla, porque ven traicionado al movimiento histórico o de la derecha que ven como su discurso guerrerista con el que defienden su ideología y con el que hacen política, desaparece en la medida en que el proceso de negociación se consolida.
Es muy triste ver como aún hoy se utiliza el miedo como argumento para desprestigiar al enemigo.