La posesión de Jesús Santrich en la Cámara de Representantes logró desestabilizar a más de un Congresista, de hecho, la Comisión Séptima de la Cámara fue levantada por su Presidente, y algo similar sucedió cuando Seuxis Paucias Hernández se presentó ante la plenaria.
Hernández ante la andanada de ataques, respondió que no se dejaría provocar por los insultos, que había llegado para construir paz.
Y es que este personaje, acusado de delinquir después del tiempo estipulado por los acuerdos, ha sido el catalizador de los odios generalizados contra los exguerrilleros de las FARC.
La realidad es que nada podrán hacer los congresistas diferente a “aguantarse” a Seuxis, pues entre los acuerdos firmados estaba la participación de éste en el Congreso como representante del partido político FARC, y en este momento el balón del futuro inmediato del recién posesionado representante está en poder de la Corte Suprema.
Dejando de lado la polémica por la participación de Hernández en el presunto delito de tráfico de estupefacientes a los EEUU, el acto de indignación de los congresistas no deja de ser un acto más, eso sí muy divertido, del circo del Congreso de Colombia, donde se ha visto de absolutamente todo.
Con algo de morbo, no lo niego, me hubiera encantado ver la cara de aquellos opositores al proceso de paz, aquellos que se creen “de mejor familia”, que se creen en el derecho al juzgamiento y al linchamiento, cuando el nuevo Representante entró, cómo habrán demostrado la insatisfacción de tener que compartir el “sagrado recinto de la democracia” con un excombatiente que duélale a quien le duela, ha logrado desafiar al establecimiento.
Y lo repito, ya no con algo si no con mucho morbo, quisiera estar presente el día que el susodicho se vea cara a cara con su íntimo enemigo Uribe o con sus falderas Paloma o la Fer y por su puesto con el incapaz, que ha tenido que sufrir de manera directa los desafíos de Seuxis.