El ambiente social en Colombia no mejora, y, por el contrario, cada día parece empeorar un poco más. El pasado sábado 12 de junio el Comité del Paro decidió levantar el movimiento en lo que concierne a los sindicatos y a algunos otros grupos sociales. Con el anuncio de la suspensión de movilizaciones venía también la denuncia de los miembros del Comité de la negligencia y el desinterés del gobierno de entablar una negociación seria.
Simultáneamente muchos otros actores del actual movimiento social negaban la representación del Comité y declaraban la continuidad del mismo. La realidad es que la representación del Comité del Paro se hizo sentir, y aunque en las calles se ven aguerridos a los muchachos de las primeras líneas en todo el país, la fuerza del movimiento social se ha visto menguada.
Sin embargo pese a que los bloqueos han disminuido, las calles han visto menos protestantes y empieza a sentirse una suerte de tranquilidad, a nivel social el conflicto se agudiza cada vez más, el orden público se altera permanente, la muerte de líderes sociales continúa sin ninguna mesura y con la actitud displicente del gobierno frente a este gran problema, la arremetida de la fuerza pública contra los campamentos de los protestantes es salvaje y descontrolada y en fin un sinnúmero de tristezas de nuestra actual realidad.
Y la salida parece no existir, el Congreso de la República niega las reformas exigidas en las calles en un claro desconocimiento de la situación, el ejecutivo sigue dirigiendo otro país, el que hay en sus cabezas, y la población, indistintamente de su condición social como cardumen llevado a la superficie por sus depredadores.
El país político es un completo caos, los líderes, de todos los extremos y colores han intentado mantener prudencia frente al conflicto en clara posición de espera ajedrecística y otros han mostrado ya su jugada tradicional.
Con la reculada del Comité del Paro ha desaparecido la interlocución con lo que también hemos quedado en un limbo, diría una especie de purgatorio social, los jóvenes valerosamente sostenidos en el movimiento no presentan una cabeza visible y por defecto son ignorados de manera absoluta por el gobierno.
Con todo esto los sindicatos, en especial FECODE, han quedado en el ojo del huracán: los izquierdistas ortodoxos, dinosaurios, que han tenido orgasmos con cada una de las movilizaciones masivas, creen que la utopía revolucionaria añorada desde lo prehistórico de su pensamiento ha llegado, acusan a los dirigentes sindicales de traicionar el movimiento, ven la posibilidad, esquiva por vocación propia, de adueñarse de los sindicatos.
Por otro lado, dada la evidente equivocación de los sindicatos al sacrificar a sus afiliados en un movimiento completamente acéfalo y gaseoso, se ha abierto una puerta a la derecha que ve los movimientos sindicales como su enemigo más peligroso en la actualidad.
FECODE, quien encarna el movimiento sindical de gremio más fuerte del país, es foco de ataques indiscriminados, la consigna de uno de los extremos acabarlo por completo y del otro adueñarse del él, hacerlo su cuartel general.
El futuro es incierto la única claridad meridiana es la fuerte y creciente insatisfacción general de la población colombiana con sus viejos gobernantes, pero tampoco es clara la inclinación hacia un gobierno de tinte diferente. El temor, manifestado en las redes sociales de manera soterradas es que el desgaste del movimiento nos lleve a un estado de indiferencia total que permita que la decrépita estructura social siga prevaleciendo.