jueves, noviembre 21, 2024

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LA NARRATIVA DEL MIEDO

La política electoral colombiana ha mutado de manera radical y peligrosa diría yo. Somos una Nación en la que la inteligencia política ha estado siempre en un segundo plano, a conveniencia de quienes ostentan el poder, pasamos de una política de colores, a una de bultos de dinero que no ha desaparecido, y a una de manipulación de los votantes a partir de la creación de un estado de opinión generalizado por los medios de comunicación.

Sin embargo, pese a cambios estructurales en la forma de allegar a los votantes, hay una constante: el miedo. En nuestra historia reciente, mediados de la década de los 40 y casi toda la de los 50, lo que patológicamente en nuestro país ha sido llamada la época de la VIOLENCIA (con mayúscula), el enemigo era el otro color, había que exterminarlo a como diera lugar. Luego, como forma de reconciliación ideológica, matizar la carta de colores, se unificaron los partidos en contra de un nuevo enemigo de dos cabezas, el comunismo que hacía presencia de manera “amenazante” en nuestra región y la desaparición de la democracia. Con este sofisma nos gobernaron hasta la Constitución de 1991, en un proceso realmente incluyente.

Como abriendo el camino para esa Constitución, estaba visibilizándose el nuevo enemigo: el narcotráfico, el enemigo comodín, el culpable de todos los males de la nación bananera, el responsable de todos los males que vivió, vive y vivirá por siempre en nuestro país.

Atacar al enemigo, y sólo para ejemplificar, fue la excusa con la que Andrés Pastrana quien fuera hasta hace un año el peor presidente de Colombia, hijo de Misael que acabó con los ferrocarriles para impulsar el transporte por carretera, conveniente para él, torpedeó el gobierno de Samper. Ocho años de desgobierno, los cuatro de Ernesto Samper y los cuatro suyos, ¡pero había que combatir el enemigo!

Al nuevo siglo ingresó Colombia de la mano de Álvaro Uribe Vélez, quien con su narrativa de miedo graduó como enemigo mortal a la guerrilla de las FARC. Esta sangrienta lucha justificó actos como los falsos positivos o la reforma de un articulito que permitió que el presidente fuera reelegido de manera inmediata, acabando así con el equilibrio de poderes que había sido amparado por la Constitución del 1991.

Pero no sólo el odio a la guerrilla fue el legado de Uribe, él de manera habilidosa y estratégica hizo prevalecer el “estado de opinión” sobre el de derecho, los medios de comunicación tomaron mayor influencia y determinación en la realidad colombiana y toda decisión delicada para el país era sometida al escarnio empírico de la opinión pública mediante encuestas y entrevistas maniqueas.

Cuando la opinión pública empezó a virar en contra de Uribe, apareció otro enemigo peligroso para la vida republicana del país, el castrochavismo, el fantasma más absurdo que le han podido inocular a los colombianos (porque creemos en el castrochavismo, pero no en las vacunas contra el covid) y con el cual nos tienen hoy yéndonos de bruces al fondo del abismo.

Desaparecida la guerrilla de las FARC, con una tendencia de la opinión pública a pensar en cambiar la estrategia de lucha contra el narcotráfico de la prohibición a la legalización, con un imaginario colectivo de que el ELN es derrotable en el combate y con la lección aprendida en las elecciones de los EEUU que descalificó de manera burlona la idea del castrochavismo, aparece la “venezualización” de Colombia. Algo así como que cambiar de línea de gobierno, de gobernantes, nos llevaría a acabar la institucionalidad, la empresa privada y sumiría a este próspero país en la ruina.

Hemos elegido por miedo, siempre en contra de fantasmas, que existen porque que los hay los hay, pero no hemos pensado otras posibilidades de gobierno en otros mandatarios que se distancien por lo menos desde los apellidos de los que 200 años después tienen al país como uno de los más desiguales del mundo.

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Adolfo Ospina
Licenciado en Educación Español y Literatura de U de A, apareció hace unos 4 años a este proyecto. Especialista en pedagogía de la lengua escrita de la Universidad Santo Tomás, Ambientalista y defensor de los derechos de los animales, peor que Vallejo.