A partir del año 2016, cuando se empezó a materializar el Acuerdo de la Habana, la derecha guerrerista de Colombia comenzó una campaña publicitaria de desprestigio consistente en sentenciar al país a convertirnos en Venezuela si no se elegía al candidato representante de esa esquina ideológica.
Lejos estábamos los ciudadanos de imaginarnos que el efecto espejo estaba por darse en el país del Sagrado Corazón de Jesús. La campaña hizo efecto y como borregos al matadero elegimos nuestro verdugo: personas académicamente preparadas, analistas políticos, empresarios, economistas, comerciantes, y sobre todo, los de a pie, comieron cuento y apoyaron con su voto al que dijo el Triple Ex. Craso error. Efectivamente los vicios dados en el vecino país se empezaron a dar en el nuestro.
El Congreso mostró sospechosa complicidad con el ejecutivo y pronto nos dimos cuenta de la razón por lo que se hacía: mermelada, a tal punto ha llegado esa amalgama que hicieron reformas a la Constitución de manera ilegal y totalmente abusiva.
Igualmente, y sin el más mínimo asomo de vergüenza, el -Ejecutivo- se adueñó, con sus alfiles, de los puestos de control del Estado, Procuraduría, Contraloría y Defensoría del Pueblo fueron cooptadas por el partido de gobierno con lo que se garantizó en gran parte inmunidad y vía libre para hacer lo que a bien quieren.
Como si la desgracia del país vecino fuera envidiable, también el partido de gobierno puso una ficha clave en la Fiscalía, con lo que empezó de manera muy soterrada pero constante a cerrar un círculo de impunidad para sus miembros.
Que decir de la forma como fue tratada la protesta popular en el país. Los organismos de control se ensañaron contra los protestantes dejando incluso muertos y desaparecidos en uno de los capítulos más aciagos de nuestra historia inmediata.
Y como si ya el parecido no fuera suficiente, el registrador nacional, declaró de manera descarada que quien no sintiera neutralidad de la entidad dirigida por él, también del partido de gobierno, no debería presentarse a las próximas elecciones.
Terminamos pareciéndonos a lo que más odiamos. Es una máxima totalmente vigente.